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Ver carne

homoigni

Lo sabemos, nos gusta la desnudez, pero no fácilmente lo admitimos. Podrá parecernos a veces que la cultura se contrapone ante nuestros deseos naturales, tirando hacia extremos opuestos en temas de corporalidad. Algunos han crecido en entornos más o menos permisivos en cuanto al nudismo, pero en general sigue siendo un “taboo” la posibilidad de deleitarnos con los cuerpos humanos sin restricciones. Ante esta limitación, resuenan todavía las invitaciones libertinas de Woodstock en los actuales exhibicionismos y movimientos como “Free the nipple”. Aún hoy se lucha por erradicar el constructo social alrededor de la vestimenta. La cuestión es simple, me privan de algo que me gusta ver y mostrar. ¡Hay que romper con esta tiranía y liberarnos!


Esto suena muy bien, hay que afirmar nuestra naturaleza, pero, creo yo, no sin antes indagar un poco en la cuestión de si es conveniente ver tanta carne, a pesar de que eso nos agrade.


No hay un criterio social o legal muy claro en cuestiones de nudismo. En estos ámbitos, existe una discrepancia entre lo que está bien y mal en relación con el ejercicio público del nudismo y la sexualidad. En un mismo país se pueden encontrar museos con fotografías y estatuas humanas al descubierto y playas nudistas, pero leyes exigentes que prohíben el exhibicionismo público alrededor de menores o en las calles (Italia, Estados Unidos, Holanda). La historia tampoco es un referente muy claro, pues en culturas y periodos distintos se ha fomentado la visualización de contenido explícito (Kama Sutra 300 A.C.) y en otros se ha abolido rotundamente. Si la prohibición parece ser algo arbitrario, ¿por qué aceptarla?


La clave está en el cómo y en el cuándo. Ya lo hemos dicho, nos deleitamos con el cuerpo humano. Pero claro, existen distintos tipos de deleite, que varían de acuerdo a los matices y las intenciones de los exhibidores y los espectadores. Al cuerpo en sí podemos contemplarlo por su belleza o, lo que es distinto, tomarlo como estímulo para satisfacer placeres momentáneos. El cuerpo humano que se expone al público es fundamentalmente el mismo, pero la experiencia cambia mucho según la circunstancia. No es lo mismo ver una fotografía de un modelo para una clase de ciencias fisiológicas que una fotografía de una revista “para adultos”, no es lo mismo el arte humano clásico que la pornografía. Hay distintas razones para exhibir el propio cuerpo que van desde la práctica de actividades físicas, cultivo del arte, el aprendizaje anatómico, aseo y la intimidad con la pareja, hasta la incitación de las tendencias sexuales en otros y la subsecuente recaudación monetaria. Algo similar se puede decir de nuestra intención al mirar otros cuerpos, a veces obedece al aprecio estético, practicidad o intimidad y a veces a las tendencias sexuales. Sea como sea, considero que debemos cuidar mucho qué exponemos y qué miramos porque el cuerpo no solo es bello, sino que también es atractivo y deseable. Faltar al cuidado en este sentido nos expone a confundir los tipos de deleite, y esto es especialmente importante evitar cuando se trata de los cuerpos de otros.


Todo cuerpo humano es parte de una persona, los cuerpos humanos no son meras cosas entre cosas. Esto, a mi modo de ver, es lo más relevante de la cuestión. Cuando miramos solo el cuerpo de una persona, la estamos reduciendo a un mero objeto de nuestro deleite, ya sea en vivo o a través de medios digitales. Cuando miro así a alguien, como cosa, lo bello de su cuerpo pasa a serme de utilidad para algo y ya nada más importa. El problema no es tanto si me permiten o no me permiten desnudarme y ver desnudos, sino si yo me permito a mí mismo ver solo la carne de la persona que tengo enfrente. Ultimadamente, el problema es que si nos convertimos mutuamente en cosas por buscar el deleite -incluso cuando hay consenso- nos perdemos de la persona. A fuerza de la costumbre, eso se hace cada vez más notorio, pues nos acostumbramos a mirar solo parcialmente a otros. Somos más que solo carne. Y eso otro que somos es digno de mucho mayor deleite que la pura carne, pero no un deleite utilitario, sino uno superior. En vez de devorarnos unos a otros, podríamos cuidar la intimidad y gozar con los otros y no de los otros. Desnudarse y ejercer las funciones del cuerpo no está mal, siempre y cuando sepamos que la “liberación” desordenada tiene consigo el riesgo de hacernos perder un contacto más profundo con los demás. ¿Prefieres que te vean a los ojos? Así como queremos ser vistos hay que mirar.




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